viernes, 29 de julio de 2011

El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez, Alfaguara, 2011, Buenos Aires.





Esta novela ganó el Premio Alfaguara. La editorial publica, al final del libro, un listado con su respectiva foto de los premiados desde 1998. Parece un catálogo de best sellers. Me sorprendió descubrir que en mi biblioteca descansan varias de esas novelas: una de Ramírez, una de Poniatowska, otra de Neuman. No he leído ninguna pero evidentemente esa extraña estrategia hacer confundir la buena literatura y los libros muy vendidos o premiados, funciona.


Cuando chocan los aviones

Es una novela muy al día de hoy. Y es una novela bastante buena. Trata de Colombia después de los años más pesados del narcotráfico. Las secuelas que la violencia dejó en las personas, en su historia personal. Y en medio de las catástrofes de la cárcel, los asesinatos, los accidentes, y la pobreza, se cuentan dos historias de amor.
El protagonista es un joven abogado que conoce, jugando al billar, a un aviador y ex presidiario. Se hacen amigos y luego sufren, ambos, un atentado de los que todos hemos escuchado: dos jóvenes en una moto los balean. Ese incidente obviamente cambia su mundo y a partir de allí se inicia una especie de investigación del pasado. Es ese hecho el motor de la historia, aunque en algún pasaje del libro, con un salto hacia el pasado, se narra otra parte de la historia, donde el origen del narcotráfico es el contexto de un amor.
Creo que es eso lo que tiene de libro con aspiración de best sellers, contar sobre un tema del que cualquier persona ha escuchado pero no con tanta profundidad. Y va a funcionar. Como escribir sobre el atentado a las Torres Gemelas, o el asesinato de Kennedy, digamos.
Aunque es justo decir que el tema no hace buena o mala una novela. Se puede escribir una de las mejores novelas de la historia y quizás trate sobre un solo día de la persona más normal del mundo. En fin, que aburre un poco, porque la intriga sobre el pasado no es tanta ni tan importante, y en un momento, como dije, se deja de lado. Y las historias de amor tampoco están muy elaboradas, sino que nada mas suceden o dejan de suceder. Y en medio de todo, el cuerpo del texto, lo que está más escrito, son las descripciones: de aviones, de caminos, de colmenas, de casas, de personajes sin importancia, de telesféricos, de todo se da detalle y color, explicación, y a mí me aburre especialmente.
Dicho lo peor, y también que es buena, queda la sensación de que la novela es mejor al principio que después, y ya casi te tiene otra vez tras sus pasos y nada. Y así va y ya termina. No está mal, pero parece que va a estar mejor. Y eso es casi imperdonable.



Librería: la novela la compré en El Atril, en Tandil, es una de las dos que hay en la ciudad. Es una librería muy grande, tiene un segundo piso dedicado solamente a literatura argentina y extranjera que está bastante bien porque las estanterías son bajas y se pueden ver todos los libros. En esa habitación se encuentran libros viejos y novedades, lo que permite, por ejemplo, comprar –como me pasó con Martoccia- una novela de este año y otra del mismo autor de hace cuatro años, que en términos de literatura pareciera otro siglo. Lo negativo son los libreros, que se comunican con las sucursales de otras ciudades vía Spyke y en lugar de atender hacen chistes sobre el título de los libros y otras pavadas.

lunes, 18 de julio de 2011

Impuesto a la carne, Diamela Eltit, Eterna Cadencia, 2010, Buenos Aires.






Literatura enferma


Es tan extraño lo que me ha sucedido. Quien lee y busca libros, en general, tiene listas de recomendaciones. Está atento a breves comentarios de otros críticos o escritores. Le pregunta a los mismos libreros, aunque cada vez queden menos. También está el tema de las editoriales y las colecciones, que siempre son un buen indicio. Entonces cuando uno compra ya sabe qué es lo que está comprando, incluso, en muchas ocasiones, cuál es la historia y hasta cómo está escrita. Bueno, que ha sucedido algo extraño, decía, porque como sabemos todas esas cosas es muy raro que terminemos comprando algo que no queremos o que no esté en la línea de nuestros gustos.
Hace no menos de siete u ocho años que espero un libro de Diamela Eltit, desde que leí una crítica a una novela suya que se llamaba Los trabajadores de la muerte. Ahora sé que ha escrito una docena de novelas desde 1983 hasta hoy. Muchísimo. Y justo vengo a empezar por ésta.
Es que Impuesto a la carne es terrible. Aburrida, lenta, un ejercicio de escritura en el que la consigna parece ser no desarrollar personajes, no contar una historia, no tener en cuenta al lector.
En primera persona una hija cuenta la desventura de vivir junto a su madre la necesidad continua de ser atendida por los médicos. Madre e hija, ya ancianas, parecen compartir un mismo cuerpo, aunque por momentos se indique que no es así. Y recorren los hospitales en busca de la atención de los médicos, que no son simples profesionales sino quienes deciden el futuro de los pacientes o fans. El comercio de órganos y sangre, las esperas, los engaños, el comportamiento de las enfermeras, la prohibición de mencionar la palabra “hambre”, la muerte de otras enfermas, son los acontecimientos más importantes.
Fuera de los hospitales no se adivina mucho más: una revolución al norte, las barras de hinchas. La protagonista sale sólo una vez a la calle y se encuentra con una prima. Se trata de Chile en un tiempo cercano al bicentenario de la patria, la misma edad de la madre anarquista. Y recién en la página 166 mencionan la posibilidad de volver a vivir a una de las comunas en las que ya vivieron antes.
En fin, un libro parecido, en lo formal, a aquellos eligen un narrador cuya comprensión de la realidad es parcial, como en Faulkner; en el libro Las primas, de Venturini; o en El curioso incidente del perro a la medianoche, de Hadoom. Pero esa visión sesgada de la realidad nos narra una No Historia, que me recordó a El proceso, de Kafka, lo que hace un lectura muy difícil de sobrellevar.
Sé que detrás de Impuesto a la carne hay una metáfora de los años de represión en Chile o en toda Ameríca Latina, aunque no funciona. Sé que Eltit tiene mejores novelas, y que pronto me cruzaré con alguna de ellas. Sé que Eterna Cadencia es muy selectiva con sus autores y sus textos. Pero en Impuesto a la carne algo falló.



Librería: la novela la compré en El Ateneo, de La Plata, no recuerdo el precio. Está bastante buena, y tiene empleados poco molestos que no dicen nada cuando llevas un libro al scanner para saber el precio. Y las bibliotecas no son muy altas y casi se pueden leer los títulos en el último estante.